Sí, el mar la inspira, qué duda cabe. Esa marea incesante que quitó todo, también devuelve. Como siempre sucede, como siempre ha sido. Lo dicen esos ojitos celestes de Gabriela Exilart, tan claros y pícaros como sus propios textos. Su narrativa incesante es un oleaje sin descanso, parecido al de su costa favorita, Mar del Plata.
“Toda mi vida viví en Mar del Plata, ciudad que amo y, sí, me inspira y mucho. En esta época que el clima se estabiliza y templa un poco, cada día que puedo voy a la costa. Camino, leo, tomo mates, y allí se generan ideas que pueden terminar en cuentos, poemas o pasajes de la novela que estoy escribiendo. El mar tiene una fuerza poderosa y a mí me llena de buena energía”, acepta una de las escritoras más taquilleras de los últimos tiempos, una mujer en construcción permanente.
Abogada con diplomas, alumnos y profesión, no fueron tanto las leyes las que la sumergieron en las crónicas humanas sino algo mucho más visceral: las historias de amor. Hoy, por un rato, se desprendió de los acantilados marplantenses y vino a las aguas dulces y menos magnéticas de Buenos Aires a presentar su última inspiración, Los hijos de la cosecha, su décimosegundo libro.
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Hoy, por lo general, la novela romántica tiene final feliz, y por eso, y porque toca fibras íntimas, nunca decepciona“
Todo comenzó hace doce años con Tormentas del pasado, su debut en las cumbres borrascosas de esas pasiones que mantienen en vilo de principio a fin. Esa, su primera novela, fue declarada “de interés legislativo” (sic) por el Senado de la provincia de Buenos Aires. Y siguieron otras historias más, mejores aún.
Renacer de los escombros, Pinceladas de azabache, Con el corazón al sur, Por la sangre derramada, Napalpí. Atrapada en el viento, En la arena de Gijón, Secretos al alba, El susurro de las mujeres, Pulsión y El vuelo de la libélula fueron llegando a y zarpando de las orillas de su imaginación, en ese ir y venir de mujer del derecho.
Ese descubrimiento de la novela romántica fue un auténtico cambio de rumbo, una revelación. “Fue un antes y un después”, sintetiza Gabriela Exilart, con precisión gótica”
En casi todas sus ficciones suele haber un viaje en el tiempo y, desde luego, también en el espacio.
En El vuelo de la libélula, un secreto familiar llevará a la protagonista hasta Tierra del Fuego, pero en el aparente fin del mundo encontrará el principio de su historia.
La médica Julieta Lanteri, la primera votante del país, es uno de los personajes de El susurro de las mujeres. En Secretos al alba hay más secretos familiares al acecho que llevan a una escritora en ciernes hasta Burgos, años 50.
Con más murmullos, secretos y golpes de la fortuna La arena de Gijón nos llevará a la convulsionada Asturias de los años 30 y, el narrador tira al pasar, una historia por desentrañar (“Aceros Aitor Exilart”… ¿una marca autobiográfica?).
Y así podría seguirse, sucesivamente en ese vaivén sin tregua junto al mar.
“Antes de que mis ideales de justicia me llevaran a elegir la carrera de abogacía, yo ya escribía. La afición a la historia fue a partir de la lectura de las novelas de Florencia Bonelli, las primeras. Antes no me gustaba la historia, me aburría”, pone en la mesa, sin vueltas. Y ese descubrimiento de la novela romántica fue un auténtico cambio de rumbo, una revelación. “Fue un antes y un después”, sintetiza Gabriela Exilart, con precisión gótica.
A partir de entonces, innumerables voces del pasado comenzaron a inundarle los oídos como arrullos de sonidos arcanos buscando salir del caracol. Sólo era cuestión de sentarse a escuchar y las obras se desgranaban como pentagramas que traía el mar, de una orilla a la otra.
Comprendió que debía decirle adiós al laberinto negro de las intrigas policiales para ponerle color a sus relatos. Y fue entonces cuando se desprendió de los prejuicios por las historias de amor, un néctar rosado que la justicia literaria había archivado y que la Providencia venía a desclasificar.
Innumerables voces del pasado comenzaron a inundarle los oídos como arrullos de sonidos arcanos buscando salir del caracol”
Y en ese viaje, había muchas mujeres para rescatar. Ocultas, pero siempre ahí. “Silenciadas por el relato oficial, ellas siempre estuvieron. Recordemos que la mujer era como un niño, un incapaz, las leyes no les permitían tener voz, ni voto; pero estaban y hacían. Pensemos, por ejemplo, en las mujeres musulmanas, su lucha sigue. En mi caso, no puedo mencionar una mentora en particular, hay tantas vidas ejemplares, tantas mujeres dejan con la boca abierta, ejemplos de resiliencia… como por ejemplo Juana Azurduy…. me es imposible elegir una sola”, dice en voz alta mientras le pide a su memoria que no la traicione con una injusticia.
-¿Las historias de amor hacen “comunes” a las personas?
– Todos buscamos amor en la vida, a todos nos gusta sentirnos especial en la vida de alguien, y en las horas oscuras buscamos ese abrazo, esa contención que dan los buenos amores. A veces el camino es de flores, otras, de espinas, pero nos lanzamos a él esperando un buen final, ese buen final que encontramos con certeza en las novelas románticas.
Cada ser humano es el producto de su propia historia, por lo tanto, creo que es difícil generalizar sobre algo tan subjetivo como la pasión”
Los hijos de la cosecha, la novela de 336 páginas que Penguin Random House Grupo Editorial acaba de lanzar al mercado, arrranca con la siguiente frase, luego de la dedicatoria a los tres hijos de la autora: “En casi todas las historias de amor siempre hay uno que ama más que el otro”. Imposible cerrar la tapa y abandonar lo que seguirá.
-¿Escribir sobre pasiones viene con éxito garantizado?
Cada ser humano es el producto de su propia historia, por lo tanto, creo que es difícil generalizar sobre algo tan subjetivo como la pasión. Yo puedo sentir pasión por escribir, de hecho, la siento, me entusiasma, me da placer y felicidad a la vez. Otra persona puede sentir pasión por correr, y a mí eso no me pasa. Después están las pasiones de la carne, las que se generan mágicamente cuando dos personas coinciden en ese encuentro; creo que esas sí son universales.
También la nueva novela es una historia de pasiones y de amor, pero entre los inmigrantes del Este de Europa que arribaron al país a principios del siglo XX ¿Ese ambiente crea un atractivo peculiar?
“La pasión es una emoción inherente al ser humano, no sé si es igual en cualquier sitio, quizás los distintos estímulos puedan modificar las pasiones. En este caso elegí escribir sobre la masacre de Oberá porque es uno de los tantos episodios oscuros de nuestra historia que han sido silenciados, poco difundidos. Y esa tierra colorada y caliente era un buen escenario para narrar también, historias de amor y pasión.
-¿La escritura romántica es un clásico? ¿Cuál de estas definiciones considera que le correspondería con mayor justicia: “es de otro tiempo, pero funciona”; “nunca decepciona porque toca fibras íntimas”; “es evasión”.
“Los grandes clásicos han escrito también sobre el amor, quizás con un final distinto, más trágico. Hoy, por lo general, la novela romántica tiene final feliz, y por eso, y porque toca fibras íntimas, nunca decepciona, más allá de que los personajes atraviesen los peores dramas en el trayecto”, amplía.
¿Por qué leer Los hijos de la cosecha? “Para hacer justicia”, diría Gabriela Exilart. La historia rescata la represión policial y la matanza de al menos cuatro tabacaleros inmigrantes de Rusia, Polonia y Ucrania que el 15 de marzo de 1936 se unieron desde distintas ciudades de Misiones, cercanas a Oberá, para reclamar un mejor pago por la compra de sus cosechas.
En el 2000, el cambio de milenio trajo consigo el afán revisionista que inauguró el grupo teatral Murga del Monte con la obra De Yerbal Viejo a Oberá, siguió con el documental Quieta, non moveré (2012) y concluyó con la investigación de la historiadora Silvia Waskiewicz, La Masacre de Oberá, 1936”.
Desde luego, el prisma de Exilart devuelve a la tinta el episodio que silenció el siglo XX y, muy Grabiela, es una rayuela con saltos temporales que nos lleva desde los yerbatales misioneros hasta la ciudad de Córdoba. Una historia apasionada que aun en los mayores dolores rescata luz.
La autora recibió los premios Alfonsina (2018), Universum Donna segunda edición (2019), un Lobo de Mar al Deporte y la Cultura (2019) y una Primera Mención por su cuento La bicicleta roja (2020). En octubre de 2022 fue declarada Vecina Destacada por la Municipalidad de General Pueyrredón por “su aporte a la cultura”. Dicta talleres de narrativa y escritura creativa y hasta se da el gusto de festejar el día de la mujer, con un “spa literario en el campo”, equinoterapia incluida. Las pasiones, ya lo sabe, no tienen fin.