Crecimos amando (y temiendo) los cuentos clásicos infantiles de trama tenebrosa, pero con final feliz. Pedíamos que nos los leyeran una y otra vez por más que a la noche nos tapáramos hasta la cabeza muertos de miedo. Era nuestra primera aproximación instintiva al Mal.
Los padres actuales los dejan de lado o los “editan” borrando truculencias para evitarles pesadillas a sus chicos.
Pero, ¿qué pasa cuando llevan a los más chiquitos a ver, por ejemplo, La Sirenita, que la está rompiendo en el Gran Rex? Algunos salen llorando de la sala cuando aparece Úrsula, la señora Pulpo. ¿Se asustan, en verdad, del maléfico personaje o porque perciben en los exagerados gestos de sobreprotección de las mamás que hay un peligro real e inminente?
Les cuento mi secreto: llevé a mi nieta Olivia de dos años a ver esa comedia musical. Le mostré antes notas y clips en las redes de los actores disfrazándose. Otra clave: decir que Úrsula es “la que se porta mal”; no “la mala”. Baja mucho el dramatismo. Y el mejor truco: tener preparada la golosina preferida para dársela justo en el momento de la irrupción del personaje. Funciona como infalible distracción. Después todo fluye. Disfrutó La Sirenita hasta los aplausos finales.