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Mao Tse Tung (o Mao Zedong) fue una de las figuras más influyentes del siglo XX, líder indiscutido de la Revolución China y fundador de la República Popular China en 1949. Su vida y obra están marcadas por una profunda impronta en la historia mundial, pero también por debates y críticas desde el marxismo revolucionario, especialmente desde el trotskismo, que vale la pena desarrollar para comprender a fondo su legado.
Orígenes y formación
Mao nació en 1893 en Shaoshan, una aldea rural de la provincia de Hunan. Proveniente de una familia campesina relativamente acomodada, desde joven se interesó por la literatura y la política. Participó en el Movimiento del 4 de Mayo de 1919, una oleada de protestas estudiantiles y obreras contra el imperialismo y la dominación feudal, que marcó el surgimiento de una nueva generación de revolucionarios en China. En 1921, Mao fue uno de los fundadores del Partido Comunista Chino (PCCh), aunque en sus primeros años fue un dirigente menor, especializado en la cuestión campesina dentro del Frente Único con el Kuomintang, el partido nacionalista burgués.
El ascenso en el Partido Comunista y la revolución campesina
La década de 1920 fue clave para la formación política de Mao. En 1927, tras la llamada Tragedia de Shanghai, donde el Kuomintang masacró a miles de comunistas y obreros, el PCCh sufrió una crisis profunda. Chen Duxiu, su principal dirigente y luego referente de la Oposición de Izquierda china, fue expulsado. Mao, desde su rol en el Departamento de Cuestiones Campesinas, comenzó a polemizar con la dirección del partido sobre el papel del campesinado en la revolución.
En su famoso “Informe sobre una investigación del Movimiento Campesino en Hunan”, Mao defendió la violencia revolucionaria de los campesinos y criticó las posturas pacifistas y conciliadoras que predominaban en el partido. Para Mao, la revolución no podía ser “elegante” ni “tranquila”, sino que debía ser un acto de violencia de una clase que derroca a otra. Propuso la confiscación de toda la tierra, incluso la de pequeños propietarios, para distribuirla equitativamente entre quienes la trabajaran.
El campesinado como sujeto revolucionario
Durante los años 1925-1931, Mao fue desarrollando una visión en la que el campesinado pasaba a ser el sujeto central de la revolución china. Esta postura fue objeto de intensos debates, ya que para muchos, como Trotsky y la Oposición de Izquierda, la clase obrera debía ser la fuerza dirigente, capaz de arrastrar a los campesinos a la conquista del poder. Mao, en cambio, priorizaba la organización del campesinado, aunque reconocía la necesidad de un liderazgo proletario, subordinando la lucha de los trabajadores a la rebelión campesina para destruir el poder feudal y colonial.
La guerra prolongada y la toma del poder
La estrategia de Mao se consolidó en la “guerra popular prolongada”, una combinación de guerra de guerrillas campesinas y alianzas con sectores de la burguesía nacional para enfrentar al imperialismo japonés. Mao defendía la política de frente único nacional antijaponés, subordinando la lucha de clases a la unidad nacional y limitando la lucha entre trabajadores y capitalistas durante la etapa de la revolución democrática. Esta orientación, que incluía proteger a los capitalistas nacionales que no apoyaran a los imperialistas, fue criticada por el trotskismo por poner límites a la movilización de las masas y subordinar la revolución socialista a etapas previas.
En 1949, tras décadas de guerra civil y resistencia al invasor japonés, el PCCh dirigido por Mao tomó el poder y proclamó la República Popular China. Sin embargo, la revolución se realizó principalmente desde el campo, con ejércitos campesinos que “sustituyeron” a la clase obrera urbana como fuerza motriz, algo que Trotsky había advertido como un peligro: el riesgo de que estos ejércitos terminaran defendiendo intereses campesinos individuales antes que los de la clase trabajadora y el socialismo.
El maoísmo en el poder y la “nueva democracia”
Ya en el poder, Mao impulsó la llamada “nueva democracia”, una etapa intermedia que no proponía la revolución socialista inmediata, sino un régimen en el que coexistieran varias clases (obreros, campesinos, pequeña burguesía y burguesía nacional) bajo la hegemonía del PCCh. Esta política, inspirada en la teoría de la revolución por etapas y en la necesidad de un “bloque de las cuatro clases”, fue vista desde el trotskismo como una adaptación al estalinismo y una renuncia a la independencia política del proletariado.
La Revolución Cultural y el legado de Mao
En los años 60, Mao lanzó la “Revolución Cultural” para combatir a sus rivales dentro del partido y revitalizar el proceso revolucionario. Sin embargo, esta campaña terminó en una brutal represión, persecuciones y un caos social que debilitó aún más la democracia obrera y fortaleció el régimen burocrático. Tras la muerte de Mao en 1976, su fracción fue derrotada y la burocracia china, bajo Deng Xiaoping, inició la restauración capitalista, manteniendo el aparato estatal estalinista y reivindicando formalmente a Mao, aunque vaciando de contenido revolucionario su legado.
Crítica trotskista a Mao Tse Tung
Desde el trotskismo, la figura de Mao es objeto de una crítica profunda. En primer lugar, por su concepción etapista de la revolución, que lo llevó a subordinar la lucha socialista a alianzas con sectores de la burguesía nacional y a poner límites a la movilización de las masas trabajadoras. Trotsky, en cambio, defendía la teoría de la revolución permanente, que plantea que la clase obrera debe encabezar la revolución, acaudillando al campesinado, y avanzar sin etapas intermedias hacia el socialismo.
En segundo lugar, el maoísmo estableció un régimen de partido único, burocrático y represivo, que aplastó la democracia de masas y la libertad de tendencias, tanto en la política como en el arte y la cultura. La política de Mao subordinó la producción artística y cultural a los intereses del partido, negando la libertad creativa y la experimentación, en contraste con la perspectiva de Trotsky, que defendía la independencia del arte y la necesidad de una democracia obrera real.
Por último, la restauración capitalista en China demostró los límites históricos del maoísmo como alternativa socialista. La teoría del “bloque de las cuatro clases” y la concepción burocrática del partido-Estado resultaron impotentes para enfrentar la burocracia y avanzar hacia una sociedad verdaderamente socialista y democrática. Desde el trotskismo, la tarea sigue siendo la construcción de un partido revolucionario de la clase obrera, independiente de toda variante burguesa y burocrática, para retomar el camino de la revolución socialista internacional.
En síntesis, Mao Tse Tung fue un dirigente de enorme peso histórico, que condujo la revolución china y marcó a fuego el siglo XX. Pero su legado, desde una visión trotskista, está atravesado por límites estratégicos y políticos fundamentales: la subordinación al etapismo, la alianza con sectores burgueses, el régimen burocrático y la falta de democracia obrera, y la posterior restauración capitalista. Comprender a Mao implica, entonces, no solo reconocer su papel en la historia, sino también aprender de sus límites y errores para avanzar hacia una estrategia revolucionaria verdaderamente socialista y emancipadora.
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