Copa Argentina: folclore futbolero bajo agua
El sueño del hincha: un triunfo heroico ante un rival de una categoría superior, con la épica de un temporal de lluvia y granizo.
El cielo era como un techo de película. Una amenaza gris oscura que derramó piedras del tamaño de bolas de naftalina sobre nuestras cabezas. La cancha de Arsenal se cubrió de blanco en dos minutos. Las banderas rojinegras apenas amortiguaban el granizo al que un jugador de Defensores de Belgrano – mi Defe – desafió haciendo jueguito con esas pelotitas de hielo. Jugábamos con Barracas Central, un equipo de Primera, bien ubicado en su zona y clasificado por ahora a los playoffs. Cuando el partido estaba por comenzar se desató la tormenta. Empapados, la enfrentamos con un pequeño paraguas y lo puesto. Una campera mojada, zapatillas que esperaron hasta el sol del viernes santo para secarse y un cuerpo húmedo pero atravesado de pasión.
Más épica deportiva no se consigue. Recuerdo pocas citas a la intemperie en un clima tan hostil. El agua caía de a baldazos. Faltaban los relámpagos que hubieran suspendido el partido.
Pero, como en el celebrado corazón de Pascal: el fútbol tiene razones que solo el fútbol entiende. ¿Cómo explicar que nos burláramos de una posible gripe o hipotermia? La ñata que gotea contra el alambrado, el abrazo con mis hijos, la locura de gritar dos goles adivinados en el arco más lejano son postales que archivaré en mi retina. No se veían más que charcos, patinadas en el barro y la pelota que hacía patito. Los habilidosos se las rebuscaban como podían y los más rústicos sacaban del área sin pausa lo que caía. Parecían limpiaparabrisas.
El fútbol, a diferencia del cine o el teatro que imponen riguroso silencio, no inhibe de hacer preguntas durante el juego. No existe el prejuicio de consultar la escena perdida para la que no hay replay como en la televisión. Se puede reconstruir lo que ya pasó. Eso que intuimos desde atrás de un arco en el de enfrente, a más de cien metros de distancia. Siempre con un hincha vecino como cómplice. ¿Quién fue? ¿Quien la metió? ¿Fue el Topo Aguirre? ¿Fue en contra?, le preguntábamos y nos preguntaba.
Es como si Saramago nos invitara a releer su Ensayo sobre la ceguera -momentánea en nuestro caso- donde los ciegos se reproducen en una pandemia. Una distopía de los que no quieren ver. Una metáfora de los ojos que necesitamos para ver por otros la realidad que negamos. “De la que nos salvamos”, me dijo un estoico señor canoso cuando no vimos que un jugador de Barracas pateó de puntín y la pelota rozó el palo derecho de nuestro arco. La perspectiva desde la tribuna apenas nos permitía intuir el desenlace. Fue un instante entre tinieblas y pasados por agua.
No estábamos en el cine con el techo corredizo del barrio de la infancia, el desaparecido Lido de Núñez, donde la pregunta hubiera quebrado el silencio. Nos sacudíamos el frío y la lluvia en una cancha debajo de tribunas oscuras, caída la tarde, sobre pisos inundados y acompañados por una melodía con trompeta. Nuestros jugadores festejaban como locos y el arquero, nuestro arquero Alejandro Medina, agradeció semejante compañía tribunera y nos mandó un consejo por TV: “Un tecito y a dormir”.
Son postales de la Copa Argentina, el torneo más federal de la Argentina, donde un club del Ascenso puede ganarle a uno de Primera, quedarse con el cheque del premio y disfrutar de una alegría que durará una semana. Ya no importaba si era cara la popular a 30 mil pesos, si el cuerpo pedía abrigo y si chapoteábamos con pies que exigían medias secas bajo el diluvio.
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